“La digitalización aporta muchos beneficios y ventajas a los empleados, como una mayor flexibilidad o menos desplazamientos. Sin embargo, también trae escollos. Aumenta la presión de estar siempre localizable, siempre disponible. Se amplía la duración de la jornada laboral y no se compensa necesariamente de manera justa. Los límites entre el trabajo y la vida privada se han difuminado. El coste humano es alto: de horas extras no remuneradas a fatiga y agotamiento.

“La pandemia de la Covid-19 ha cambiado sustancialmente la forma en la que trabajamos y debemos actualizar nuestras normas para ponernos al día con la nueva realidad. Durante el confinamiento, uno de cada tres trabajadores empezó a trabajar desde casa. Sin duda, el teletrabajo ha salvado incontables vidas, pero después de meses teletrabajando, muchos trabajadores y trabajadoras sufren ahora efectos secundarios negativos como aislamiento, fatiga, depresión, agotamiento o enfermedades musculares u oculares. Los estudios muestran que las personas que regularmente trabajan desde casa tienen el doble de probabilidad de exceder el máximo de 48 horas laborales por semana que establece la legislación de la Unión Europea. Trabajar desde casa dificulta particularmente que podamos desconectar.  

“Queremos asegurarnos de que las herramientas digitales se utilizan como un activo que beneficia a los empleadores y a los trabajadores y las trabajadoras mientras se mitigan sus efectos negativos. Al acabar el trabajo o mientras se está de vacaciones, los trabajadores deben poder apagar su teléfono y no revisar sus correos electrónicos, sin miedo a sufrir consecuencias negativas. El derecho a desconectar es esencial para la salud mental y física. Por eso le pedimos a la Comisión Europea que proponga un derecho de la Unión Europea a desconectar de todos los trabajadores y trabajadoras europeos”.

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